El
campo, despúes la aldea, más tarde el pueblo, y por fin, la ciudad.
Pero siempre Caseros. Lindo o feo, con su edificación un tanto embarullada,
mezcla rara de industria, comercio y vivienda; con barrios pretenciosos
y con sus "villas"; con baches, inundaciones y políticos.
A pesar de todo, Caseros que los que nacimos o nos criamos en él,
queremos mucho, porque tiene una gran virtud: ni su ostentosa categoría
de ciudad, ni la de cabecera de partido ni nada, han podido borrar
su alma de pueblo.
Con su Don Juan, su Don Miguel; su Doña Josefina y Doña María; el
almacén de Don Pepe y la carnicería de Carlitos; y el "del otro lado
de la vía" o el "frente al Paramount"; Y su Villa Alianza y Villa
Mathieu, Villa Pineral y Villa Luchetti o Villa María Irene, donde
se sigue oyendo: "voy a Caseros", cuando se viene "para el otro lado
de la estación".
Así sigue siendo Caseros, cimentado por el brazo de aquellos chacareros,
pero también albergue de muchos hombres y mujeres que tuvieron la
suerte de poder expresar su espíritu en obras de arte, pero viven,
o vivieron y murieron, con la misma sencillez de aquellos hombres
de campo.
Escrito por Mámimo Hugo Censori en 1986 |